13 de abril de 2015

HAWÁI PARTE III: LA ISLA GRANDE


La isla de Hawái, también conocida como la Isla Grande (para evitar confusiones con el estado de Hawái), fue la última parada en nuestra escapada invernal.

A pesar de las adversidades meteorológicas (las playas estuvieron cerradas por el oleaje casi todo el tiempo) puedo decir con toda seguridad que la Isla Grande fue la guinda de nuestro viaje. 

La sensación de verte rodeado de piedras con formas imposibles creadas por las continuas erupciones volcánicas es una sensación difícil de explicar. No necesitas usar la imaginación para ver cómo nació la isla de Hawái. Puedes ver mareas de lava petrificada (llamada pahoehoe por los nativos) bajando por las colinas y llegando al mar y campos de a'a (nombre hawaiano que se le da a las piedras volcánicas puntiagudas) hasta donde alcanza la vista. Es curioso que a pesar de considerarme una persona racional (que además vive rodeada de científicos), sentía la isla como un organismo vivo y salvaje, deseoso de sacudirse la gente de encima. Creo que fue esa mezcla de temor y fascinación, junto con el sentimiento de que probablemente no volviéramos a estas islas del fin del mundo lo que hizo que viviéramos el final de nuestro viaje de una forma muy especial.

La llegada a la Isla Grande fue algo peculiar, ya que el Dr. Marido y yo éramos los únicos tripulantes del vuelo que tomamos en Maui. Dos tripulantes, dos pilotos y una pequeña (aunque no más que la de Puerto Rico) avioneta. El viaje fue corto y tranquilo, con unas vistas espectaculares de la costa y de las ballenas que merodeaban por la zona. 



Aterrizamos en menos de una hora y nos dirigimos hacia nuestro alojamiento, un pequeño Bed and Breakfast en la zona de Kailua Kona. Como de costumbre echamos mano de tripadvisor + guía del Lonely Planet para buscar un sitio para comer. Al final decidimos probar en un vietnamita muy bien valorado y muy económico, el BaLe Kona.



Ensalada de papaya verde y gambas














Esa misma tarde nos acercamos al mercado de los granjeros más cercano para contemplar las maravillas que ofrecía la isla: aguacates gigantescos, papayas a precios bajísimos, piñas doradas de Maui, plátanos de todo tipo y un sinfín de frutas exóticas que me eran imposibles de identificar. 



Mercado en la Isla Grande de Hawái

Por la tarde nos acercamos a la playa a mirar a los pocos surferos que decidieron no hacer caso a los carteles que prohibían el baño. Nos relajamos, nos compramos un coco y nos dedicamos a contemplar el océano Pacifico embravecido.



Esa misma noche cenamos en un restaurante de cuyo nombre no quiero acordarme, en el puerto. Llegamos muy ilusionados y volvimos algo decepcionados con la calidad y la preparación de los platos. Pedimos unas gambas peel and eat (para pelarlas y comérselas... servidas sin cabeza, porque aquí no les gusta que les recuerden que el bicho era un ser vivo) que estaban cocinadas sin sal y servidas con una generosa cantidad de Old Bay (un condimento que se le pone al pescado en los USA) por encima. La salsa para mojar, una especie de aceite al limón, que ni sabía a aceite ni a limón, remataba este plato que me dejó triste y recordando mis adoradas gambas blancas de Huelva. Lo único positivo de la cena fue el descubrimiento de esta cerveza:


Cerveza aromatizada con fruta de la pasión.

Al día siguiente, nos dirigimos al Volcanoes National Park, a visitar el cráter del volcán Kilauea, donde según la leyenda vive la malhumorada diosa Pele.


Intento recordar los detalles, todos esos paisajes imposibles de piedra negra y cielo azul, las chimeneas de sulfuro, los tubos de lava, el cráter del Kilauea al anochecer... y me quedo si palabras para describiros lo salvaje y hermosa que es esta isla.
 

Volcanoes National Park


Para bien o para mal, el segundo día las playas seguían cerradas. Así que decidimos volver al parque nacional y ver todo lo que no nos había dado tiempo el día anterior. También aprovechamos para acercarnos a Hilo, la ciudad más grande y más especial de la isla. Estuvimos allí varias horas, más que nada porque no queríamos irnos sin visitar la capital del buenrollismo de la Isla Grande. Se dice que la gente en Hilo tiene una forma especial de vivir la vida... quizás sea algo relacionado con haberse enfrentado a dos tsunamis y las erupciones del volcán Mauna Loa, quién sabe.

Una vez llegamos a Hilo, nos acercamos al farmers market para contemplar, por última vez en Hawái, a locales y turistas comprando productos frescos y artesanía. Le eché el ojo al puesto de una señora mayor que vendía pasteles y panes y me compré un pan de plátano (es como llaman por aquí al bizcocho de plátano) con unas pequeñas y misteriosas hebras oscuras que estaba de muerte. Por cierto, todavía me arrepiento de no haberle preguntado que **** eran esas cositas oscuras en el bizcocho, porque sigo buscando en internet y nada, ese misterioso ingrediente no aparece en ningún sitio (¿será el tipo de plátano?). 
En ese mismo puesto vendían tres tipos de sushi musubi. El más popular, el Spam musubi, se terminó de vender delante de mis narices.
















Es curioso como el Spam (abreviatura para spiced ham, que en español sería algo así como jamón especiado) se ha llegado a convertir en un básico de la cocina en Hawái. Todo esto empezó en la II Guerra Mundial, en el periodo en que Hawái se encontraba bajo la ley marcial y se dejó de importar carne fresca ... y al final se ha convertido en el ingrediente clave para platos como el Loco moco,  el típico desayuno caliente, o el omnipresente Spam musubi.


Después de pasar mucho calor en el mercado, decidimos ir a un japonés para comer tranquilos y a la sombra.


  
Pedimos un rollo de anguila y aguacate, que venía acompañado de su sopita de miso (riquísima, como siempre) y una porción de jurel asado servido en formato bento. A estas alturas, ya no recuerdo el nombre del sitio, pero si la amabilidad del servicio y la tranquilidad del local.


Al día siguiente, tras un desayuno en compañía de los gold dust day geckos, intentamos ir a la playa.




Una vez más, no fue posible (la costa seguía azotada por olas mostruosas). Tuvimos que conformarnos con hacer un picnic en el coche y seguir explorando un poco a lo loco. Para aquel entonces, ya estaba un poco harta de comer poke y estaba empezando a engancharme al sabor de las ciruelas encurtidas pulverizadas. La piña fresca con polvos de Li Hing estaba deliciosa.


































Esa noche fuimos a un restaurante que nos recomendó una familia argentina que conocimos en el Bed and Breakfast. El restaurante del Kona Inn, la posada más antigua de Kailua Kona, un buen restaurante según mucha gente. Según nuestra experiencia... del montón. Sin tener en cuenta que se olvidaron un poco de nosotros (parece que faltaba personal para servir las mesas), la comida estuvo correcta en el caso del calamar frito y el filete de ono al horno con puré de patatas y bastante reguleras en el caso de la ensalada. Lo siento, pero si lees que la Isla Grande es famosa por sus tomates, y te pides una ensalada de tomates locales, lo último que te esperas encontrar es esto:







































No sé si podéis apreciarlo en este horror de foto, pero la proporción de cebolla supera a la de tomate, algo que bajo mi punto de vista (como entusiasta del tomate que soy) es inaceptable. Además, lo peor era que los tomates se parecían demasiado a los que compro en Invernalia fuera de temporada. Una pena.

Al día siguiente terminamos de hacer las maletas y abandonamos el Bed and Breakfast con un nudo en el estómago. Por lo visto, teníamos otra tormenta de nieve azotando la costa noroeste de los estados unidos y aunque nos quedaba todo el día por delante para despedirnos de la isla, la sensación de que probablemente nos quedamos tirados en el aeropuerto de Los Ángeles no nos agradaba mucho.

Afortunadamente pudimos olvidarnos de los vuelos de vuelta porque por fin, en nuestro último día, las playas estaban abiertas. Nos fuimos directos a la Two Step Beach porque el Dr. Marido había leído que era uno de los mejores sitios para bucear en la isla. Y vaya si tenían razón. Aquel sitio era todo un paraíso submarino. El agua estaba algo fría pero daba igual, no podíamos salirnos, no podíamos dejar de ver todo tipo de peces y corales. Y antes de irnos, justo cuando la cosa estaba perdiendo algo de emoción, nos dimos cuenta de que teníamos una tortuga jovencita a nuestro lado.



Después de tanto subidón y tanto buceo nos acercamos a comer al Rebel Kitchen, un sitio pequeño pero muy conocido y muy apreciado por locales y turistas. Parecía que este último día nos iba a salir redondo porque me quedé prendada del local y la comida: moderna, simple y de calidad. Además me encantó la idea de llevar un negocio en pareja (que solo abre de lunes a viernes) en el que él cocina y ella atiende en el mostrador y se encarga de la repostería. Aunque por lo que acabo de ver en su página web, tienen intención de apliar el negocio, contratar a más personal y abrir los fines de semana. Espero que les vaya muy bien y que sigan sirviendo bocadillos tan ricos como el de ono (uno de los pescados más populares de Hawái) con pan de ajo y mayonesa estilo cajún.

















Pasamos las últimas horas de luz en la playa y paseando por senderos que cruzaban campos de a'a. Fue una despedida algo melancólica, mientras nos bebíamos los últimos rayos de sol y hundíamos los pies en la arena, intentando recordar con todo detalle esa sensación de calma y libertad.

Cenamos antes de ir al aeropuerto, antes de comenzar con la locura de vuelos, transbordos y demás. Fuimos al Kona Pub and Brewing, donde se hace la cerveza local más famosa de Hawái. Bebimos, comimos tacos de pescado y degustamos un postre delicioso y gigantesco.



























Aquí podéis contemplar el pastel de haupía con boniato morado de Okinawa en todo su esplendor. Ligéramente dulce, denso y aromático, nos costó lo suyo terminarnoslo entre dos. El Dr. Marido tiró la toalla antes que yo... 
Como ya os conté anteriormente, la haupia es una especie de gelatina elaborada con leche de coco (los puristas hacen su leche de coco en casa, eso de comprarla enlatada es sacrilegio), azúcar y pia (almidón que se obtiene de los tubérculos de la planta Tacca leontopetaloides) que suele servirse en los luaus y demás celebraciones. La mezcla de este dulce con el boniato morado es todo un acierto, aunque creo que deberían replantearse el tamaño de las porciones...



De nuestra vuelta quedan recuerdos de cansancio mezclado con alegría y tristeza.

Cada vez que recuerdo algo de Hawái me pregunto qué parte será verdad y qué parte será fruto de mi imaginación, porque parece demasiado bonito para ser cierto.






Para leer el resto de entradas sobre Hawái: